Si tienes dos orejas y una boca es porque tienes que escuchar el doble de lo que hablas con tu hijo.
Si te fijas, puedes hablar o callar a voluntad y, en cambio, no puedes parar de escuchar.
Escuchar es una cualidad comunicativa que cuando la sitúas en un primer plano de tus prioridades y le das protagonismo, adquiere un valor incalculable.
Así, pues, escucha tu hijo con atención porque:
- Te conecta con la capacidad de fomentar la empatía, respetando y mostrándole el interés real por lo que te está explicando y hacia si mismo.
- Le estás concediendo el tiempo que haga falta para que exponga y exprese lo que quiere comunicar.
- Le transmites tu confianza y tu afecto.
- Aumentas tu capacidad de comprensión al tener más información.
- Tienes más tiempo para responder con serenidad y replantearte ciertas intervenciones que, de actuar impulsivamente, pueden conducir a situaciones indeseadas y malentendidos.
A la vez, tu hijo también aprende a hacer lo mismo contigo y con los demás. Tu ejemplo es la mejor herramienta para transmitir el valor de la buena escucha.
¿Cómo lo haces?
Recuerda que escuchar significa hacerlo con todos los sentidos:
- Mirando a los ojos, porque están conectados con el estado de ánimo y el corazón y, por tanto, estás mirando el sentimiento de tu hijo. Un dicho chino dice: "quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación".
- Acercándote.
- Dando tiempo, porque necesita un tiempo para expresarse (encontrar las palabras oportunas, el tono de voz, el momento y lugar adecuados, ...).
- Observando las señales y los gestos.
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