Cuando tu hijo juega explora y experimenta y como no le basta con una vez para reafirmarse, vuelve a jugar una y otra vez, es el juego repetido y voluntario que siempre le aporta experiencias diferentes porque las circunstancias siempre son diferentes.
El juego crea vínculos, le aporta habilidades sociales como percibir las emociones de los demás facilitando la empatía, la compasión, tomar decisiones ... Con el juego estimula la capacidad de superar las adversidades favoreciendo el desarrollo del córtex prefrontal que es el responsable, entre otras funciones, de la lucha contra el estrés.
El juego le aporta optimismo, satisfacción, autoconfianza, bienestar ... En los juegos con riesgo tu hijo se pone a prueba para prevenir lesiones porque aprende a saber cómo funciona su cuerpo y cómo funciona el mundo. Se habitúa al miedo (un miedo divertido) y a gestionarlo, estimula la imaginación, la resiliencia, previene las fobias ...
Cuando tu hijo juega adopta roles en los que deberá tener en cuenta qué quieren los demás, lo cual lo prepara para la sociedad democrática frente a la soledad digital. Es evidente que la forma de jugar ha cambiado y que se dedican menos horas al juego al aire libre y más horas a estar conectados a la tecnología.
Pero, no jugar implica dar alas al miedo, a la ansiedad social, a ser más impulsivo y dar respuestas exageradas fuera de contexto, a no controlar las emociones violentas ... Por lo tanto, asegúrate de que a tu hijo le queda tiempo para jugar tanto al aire libre como en el interior con los amigos, los compañeros, los hermanos, los primos ...
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