Resumen de una situación bastante común:

  • 1-Insistimos en que es hora de empezar los deberes.
  • 2-Pedimos la agenda para saber lo que hay que hacer.
  • 3-Organizamos el trabajo de la agenda.
  • 4-Pedimos que saque y abra los libros necesarios.
  • 5-Nos quedamos a su lado para ver si empieza con los deberes.
  • 6-Caemos en la tentación de leer el primer ejercicio y preguntar… ¿Qué lo entiendes?

y ...

Puesto que nuestro hijo nos ve tan “bien dispuestos” aprovecha la ocasión y nos dice que “no” lo entiende.

Nosotros, con todo el cariño, ponemos toda nuestra sabiduría y le explicamos lo que dice que no sabe hacer. Y así hasta que se acaban los deberes y todos malhumorados guardamos todas las cosas y nos preguntamos:

-Si le han mandado estos deberes… será porque ya se lo han explicado. Y…esto quiere decir que lo pueden hacer solos, ¿Verdad?”.

Y así, un día tras otro, nuestro hijo se va acostumbrando a tener siempre alguien a su disposición para consultarnos cualquier cosa y no hacer el esfuerzo de abrir el libro y buscarlo.
A veces, creemos que no pasamos bastantes horas con nuestros hijos y el hecho de estar con ellos haciendo los deberes tranquiliza nuestra consciencia. No debe ser así.

Sin querer estamos dejando a nuestros hijos sin la posibilidad de ser autónomos, de aprender a organizarse ellos solos y poder rectificar y mejorar todo lo que no ha salido bien. Es una manera de ir adquiriendo responsabilidades.

Lo que sí podemos hacer es planificar el tiempo que necesita para hacer los deberes correctamente y también enseñarle a repartir el trabajo en función de los días que tenga para realizarlo. En la medida que sea posible, los padres debemos mantenernos a cierta distancia, tanto física como psíquica, para que sea él el que tome la iniciativa y sea consciente que nadie le resuelve aquello que es capaz de hacer.

En casa nos corresponden las relaciones entre padres e hijos y hermanos (si los hay) que impliquen la adquisición de los hábitos personales, desde aprender a atarse los zapatos hasta ordenar las cosas personales, jugar, colaborar y participar en las tareas de convivencia familiar, dejar lo que estamos haciendo para escuchar con atención, procurar que el tiempo que pasamos con nuestros hijos, aunque sea corto, sea de calidad y seamos conscientes que siempre hay un tiempo para cada cosa. Sólo hace falta la voluntad para encontrarlo.